Artículo escrito por Leo Serrano
* Bailarín e investigador argentino, dedicado al área
de la improvisación en danza contemporánea.
Radicado en Salvador (Bahia, Brasil) desde 2013,
cursa estudios de Post Graduación en la Facultad de
Artes Escénicas de la UFBA.
Julio/Agosto de 2017. Me encuentro, por aquel mes,
en la ciudad de Lleida (Catalunya) promediando mi
“Doutorado Sanduíche” en la sede del INEFC de esa ciudad.
El programa de Post Graduación en el que estoy inserto
(Universidade Federal da Bahia, Brasil) me ha concedido
un período de residencia para que le dé continuidad al tema
que vengo pesquisando: las técnicas y abordajes de la
improvisación en la danza contemporánea. Y allí estoy, subiéndome a los trenes y metiéndome en las jams del Barceloneta (que no visito desde el 2001), tomando algunas clases en Gracia y dando unos workshops también. Así me entero de la primera edición del “Cardedeu Contact Festival” que tendrá lugar inmediatamente después del “Eix” - otro fest de improvisación que la inquieta comunidad de artistas locales se empeñan en fomentar -. Me apunto. Llego con mi valija contactera para instalarme una semana, a ver qué pasa (un festival es siempre una inmersión).
Lo que pasa es un encuentro. Y es sobre el encuentro, entendido como una “dimensión” (sensible, humana), que pretendo explayarme aquí. Está, naturalmente, la propuesta del Festival como matriz contenedora de todas las actividades que irán a desarrollarse. Habrán clases, las religiosas jams de cada noche (esto no puede faltar!), habrán los labs más personales y espacios destinados a trocar inquietudes entre los participantes. Se anuncia el cierre con una tarde de performance en la plaza principal de la villa, a la hora en que todos pasean y comen bocatas. Ahora bien, para poder dimensionar aquello que converge, las líneas que se dan cita y alimentan este tipo de encuentro, me gustaría recuperar las palabras que Jorge Dubatti - un prolífico crítico, ensayista y formador de plateas teatrales - utiliza para describir la construcción de “espacios de subjetividad alternativos” que alimentan la escena porteña. De acuerdo con sus palabras, estos espacios solo consiguen ser pensados si se considera la “pasión y necesidad” que los motiva:
Cuando uno empieza a preguntarse qué sucede en el acontecimiento teatral se da cuenta que es una reunión de cuerpos, un tipo de reunión muy ancestral. Cuerpos reunidos produciendo poiesis: ¿el teatro es solo signos, solo lenguaje?. O también estoy viendo un cuerpo vivo, aurático, atravesado por la existencia. Cuando voy al teatro voy a percibir la existencia, en el cuerpo poético viviente del actor, ya que el teatro es incapturable. (DUBATTI, entrevista de la Revista Llegás, 2012, p. 21)
Dubatti habla de teatro autogestivo, de flujos de gente produciendo y dándose cita en una zona de entre-cruzamientos (muchas obras y salas de teatro en Buenos Aires) para revivificar un imaginário colectivo que, sin esos espacio de convergencia (un cuerpo-a-cuerpo renovado) se asfixia en la dinámica esquizoide de la urbe. En la dislexia de la tele. No diré nada nuevo para quien frecuenta festivales de contact, pero es necesario que (nos)recordemos que a lo largo de los días que dura un festival (una semana, con sus mañanas, tardes y noches) la experiencia de la danza, centrada y fortalecida en la saga de clases, comienza a expandirse subrepticiamente, a prolongarse en un amasado de múltiples zonas de contacto que ya no se reduce a las ofertas que la grilla propone. Lo que podría ser apreciado como mera subsistencia funcional va tomando cuenta del pulso que subyace a las actividades formales del festival, y a dejar entrever que aquello que llamamos danzar - y sobre todo, improvisar - tiene continuidad en la zona de los intersticios, en los tránsitos, en la tela secreta de las sinapses interpersonales, sinapses con la comida, con las canciones que se cantan, con el aire de Cardedeu.
La logística de la edición 2017 del festival fue resuelta, básicamente, en uno de los (magníficos) gimnasios que la villa tiene. Allí el espacio total fue dividido en dos: de un lado se baila (mañana, tarde y noche) y del otro se duerme. Colchones inflables, los clásicos rompecabezas de goma EVA, gente en hamacas colgables, y yo debajo del arco de fútbol (alguien lo ha adornado con guirnaldas de navidad). Nos duchamos allí, allí nos lavamos los dientes (como se aprende viendo estas cosas!), y desde allí nos vamos caminando, unos 300mts por las callejuelas torcidas, hasta llegar al otro bastión del festival: un caserón dedicado a promover cursos de auto-sustentabilidad donde desayunamos y almorzamos comida begana. Allí cada uno se sienta en largos tablados, cada día/hora junto a un nuevo/desconocido colega. Se habla, habla de cosas que tienen que ver con uno, con tus búsquedas, preguntas, datas de cursos, y luego te lavas tus platos y vuelves al gimnasio a bailar. Han montado un acogedor chill out para hacer Yoga, meditar o mirar el techo a voluntad. Me ha emocionado encontrar una biblioteca reunida para la ocasión, dedicada a las publicaciones del Contact y afines (toda la Quarterly alli). Después del tercer dia los kelpers (y los no-kelpers) comienzan a dar señales de que, por ejemplo, les está interesando cada vez más permanecer en la cocina, dejar pasar algunas clases, para ver como se “amasa” la culinaria begana, y como la danza se dilata en los tiempos de una cocción a varias manos. Voces, risas, recetas.
Ese ir y venir, ese entrar en la oleada de las anónimas experiencias que cada participante dona al otro (su caja de pandora bien guardada), esa forma de ritualidad laica que comienza a dar espesura a la cualidad de los encuentros, es mucho más que la suma de las partes. Me inclino por pensar que es la (íntima) razón de ser de un festival, siempre que tengamos como horizonte último de búsqueda la expansión de la consciencia colectiva asociada a la experiencia de improvisar. La cuestión de la “escucha” ampliada a los varios substratos sensibles que le dan soporte, circulación.
Marina Tampini, una colega argentina que se cuenta entre los pioneros de los años 80' - hoy investigadora del UNA-danza - publicó en el año 2012 el libro “Cuerpos e Ideas en Danza: una mirada sobre el Contact Improvisation”. Como buena foucoultiana-deleuziana, Marina subraya el carácter inaprensible de la práctica del contact: el singular modus operandi que encuentra, difícilmente, una taxonomía territorial entre las prácticas estabilizadas de la danza. Pensando en la dinámica de sus erráncias, ella comenta:
La improvisación adquiere forma rizomática en ese dejar hacer que es producto del entre-dos, del encuentro, de lo imprevisto. La improvisación en su instantaneidad, en su urgencia, funciona necesariamente por contagio. (…). La tarea de improvisar requiere necesariamente de un cuerpo afectado. (TAMPINI, 2012, p. 67)
Una de las ocasiones (una de las dinámicas que forman parte de los múltiples espacios de convergencia de un festival) que me permitieron evaluar el estado de cosas al que se había llegado en el “Cardedeu Contact Festival” luego de una semana de trabajo, vino de la rueda de feedbacks que tuvo lugar en el cierre de actividades. Estábamos ensopados de clases, de horas/jam, de memorias cinestésias mapeándonos de pies a cabeza y comenzaron a rodar las preguntas y observaciones que la experiencia había levantado hasta allí. Podría decirse que los pensamientos y palabras que se pusieron en circulación adquirieron, por esas horas, una densidad diferenciada. Que la mente colectiva estableció conexiones mucho más veloces, sintéticas que las de un chat. Que los insights se disparaban naturalmente, sin mucho esfuerzo, uno detrás del otro. Se hablaba con lucidez y con humor, sin que hubiera mucha diferencia entre ambos.
Alguien llora, otro pasa suavemente su mano para alisarse los cabellos, otro decide derrumbarse en el piso. Estamos sentados en ronda, debemos ser unos cuarenta. Se habla de a uno por vez. Se oye. La respiración se ha acompasado, la diversidad de fisonomías ha alcanzado su estatuto de belleza no-cosmética. Tenemos una mente-cuerpo en danza. Improvisamos.